04 Mar Que lo “vistoso” no opaque el aporte cognitivo y emocional de los cuentos infantiles
Existen muchas formas de entretener a nuestros niños. Elige una opción que también aporte a su conocimiento y desarrollo, sin valorar solamente lo ostentoso de un espectáculo.
“No es muy vistoso, he visto otros con más cosas para llamar la atención”. Este comentario lo escuché hace pocos días a dos mamás jóvenes mientras salían de un espectáculo de cuentos para bebés que se había realizado en una biblioteca. El comentario quedó en mi cabeza resonando a modo de eco. No es vistoso, no es vistoso… Lo primero que hice fue ir al DRAE (que a pesar de sus desaciertos siempre me ayuda a profundizar en mi lengua) y encontré que vistoso significa “que atrae mucho la atención por su brillantez, viveza de colores o apariencia ostentosa”.
Curioso, pensé, porque la realidad es que los bebés que asisten a los espectáculos donde se les cuentan cuentos para bebés acompañados de libros, instrumentos musicales, títeres o cualquier otro elemento que posea brillantez o viveza de colores, extienden insistentemente sus manos para tocarlos todos; fijan sus ojitos concentrados en cada uno de los movimientos que hace quien narra; se sorprenden, ríen, dan palmas, lloran…despliegan un variado abanico de emociones que tratan de expresar empleando todos los recursos que poseen.
Sin embargo para algunos adultos esto no sea vistoso. Tal vez porque exigen espectáculos cargados de escenografía o recursos visuales propios de un espectáculo de Broadway o quizás porque aún no han llegado a entender lo impresionante que resulta ver a sus pequeños desarrollar una capacidad de escucha durante treinta minutos. Treinta enormes minutos en los que bebés de muy pocos meses de vida aceptan la presencia de alguien ajeno a su poderoso y reducido universo. Treinta delirantes minutos en los que a veces se da una magia indescriptible cuando el contador o contadora de historias conecta con esa voraz curiosidad que poseen los más chiquitos. Treinta deliciosos minutos tras los cuales los peques de dos y tres años vienen a besarte y abrazarte para demostrar lo mucho que les ha gustado.
Puede ser que algunos adultos solo echen de menos la parte de apariencia ostentosa que forma parte de la definición del término sin pararse a valorar el impacto que la actividad va a tener en sus pequeños. Estos adultos, por lo general, tampoco sienten la necesidad de reservar en el día cinco minutos como mínimo para contarles un cuento a sus hijos y, de este modo, empezar a construir un futuro en el que lean y escriban antes y mejor; un futuro en el que se conviertan en seres humanos con capacidad para discernir y con pensamiento crítico, y un futuro en el que desarrollen al máximo su capacidad imaginativa y artística.
Menos mal que junto a estas manifestaciones apáticas y, a menudo ignorantes, se encuentran la de muchos otros padres que entran al juego, que se entregan a la sorpresa y que imaginan casi como si fueran chiquitos. A esos adultos hay que mimarlos para que no olviden que una vez fueron tan pequeñitos como sus hijos y rieron en el regazo de su madre o abuela al ritmo del Aserrín, aserrán; corrieron enlazados por las manos cantando A tapar la calle y se durmieron mientras escuchaban el tarareo amoroso de una nana.
No todo lo pasado o tradicional está fuera de moda. No olvidemos esas palabras de cuento, retahíla, nana o poema que seguimos canturreando cuando nuestra vida adulta se relaja y nos deja, por un fugaz instante, retornar al paraíso de la infancia donde lo vistoso solo permanece si es además verdadero.
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